jueves, 28 de enero de 2010

Atenas en la Web

Entre las grandes ideas que han ganado fuerza en el último milenio, la más grande fue, tal vez, que nosotros, los humanos, podíamos ser capaces de gobernarnos a nosotros mismos. Pero nadie lo decía en serio.

Lo que se quería decir, en la mayoría de los casos, era que elegiríamos gente que nos gobernara y, esporádicamente, renovaríamos o revocaríamos sus contratos. Eso bastaba. No había manera practicable de involucrarnos todos, todo el tiempo.

Los titulares desde Washington hoy hablan estruendosamente de rescates, estímulos, autos viejos, Afpak y salud pública. Pero es posible que los historiadores futuros, al mirar atrás, se fijen en un proyecto más callado de la Casa Blanca de Barack Obama: su exploración de cómo abrir el gobierno a una mayor participación pública en la era digital, cómo hacer que el autogobierno sea algo más que una metáfora.

"Nosotros somos aquellos a los que hemos estado esperando", dijo el presidente Obama durante la campaña. Esa frase mesiánica contiene la promesa de un nuevo estilo de política en este tiempo de mensajes en Tweeter (Tweets) y fanáticos del Poker online (o Pokes, como se los conoce). Pero fue vaga, un paradigma deslizado como quien no quiere la cosa en nuestras bebidas. Hasta hoy el gusto ha resultado agridulce.

Se ha ordenado a entes federales publicar online información que hasta hace poco tiempo era secreta; se ha invitado a reporteros de publicaciones que solo aparecen en la red a conferencias de prensa; el nuevo portal Data.gov permite a los ciudadanos crear sus propias aplicaciones para analizar datos oficiales. Pero los esfuerzos más reveladores se han dado en el sentido de "recurrir a las multitudes": solicitar a los ciudadanos propuestas políticas a través de Internet y permitirles votar sobre sus distintas propuestas.

Durante la transición, la administración creó un "Libro de Consulta de los Ciudadanos" online para que la gente presentara ideas al presidente. "Las que atraigan más apoyo del público aparecerán en primer lugar y, luego de la inauguración, las imprimiremos y las pondremos en una carpeta como las que recibe el presidente todos los días de los expertos y asesores", escribió Valerie Jarret, alta asesora de Obama, a los partidarios del presidente.

Recibieron 44.000 propuestas y 1,4 millones de votos por esas propuestas. Se publicaron los resultados sin hacer bambolla. Pero daban vergüenza. No tanto de la administración sino de nosotros mismos, de "aquellos a los que hemos estado esperando".

En medio de dos guerras y un hundimiento económico, la idea que atrajo más apoyo fue la de legalizar la marihuana, idea casi dos veces más popular que la de revertir las exenciones impositivas de Bush para los ricos. La legalización del poker online fue la idea tecnológica más apoyada, el doble de popular que la idea de wi-fi a nivel nacional. Revocar el estatus de libre de impuestos de la Iglesia de la Cientología obtuvo tres veces más votos que crear fondos para combatir el cáncer infantil.

Una vez en el poder, la Casa Blanca volvió a recurrir a las multitudes. En marzo, su Oficina de Política para la Ciencia y la Tecnología promovió una "tormenta de ideas" online respecto de cómo hacer más transparente al gobierno. Aparecieron buenas ideas; pero una cantidad apabullante de ellas no tenía relación alguna con la transparencia, incluyendo muchos reclamos de legalización de la marihuana y un debate acalorado (y sin fundamentos) acerca de la autenticidad del certificado de nacimiento del presidente Obama.

Si Internet necesitaba otro empujón para caer de su pedestal, el debate sobre la salud pública lo aportó. Desde el punto de vista de la administración, la red se demostró más eficaz para difundir ideas engañosas sobre los "paneles de la muerte" que para difundir la verdad, y para convertir debates públicos en peleas, que para alentar la deliberación sin trabas que algunos creen que es el rasgo distintivo de Internet.

¿Podemos gobernar todos?

Hay un debate vivaz en curso acerca de lo que algunos llaman Gov 2.0. Un bando ve en Internet una oportunidad sin precedentes para recuperar la democracia directa al estilo ateniense. La visión aparece en un reciente documental británico, "Us Now" (Nosotros ahora), que pinta un futuro en el que todo ciudadano se conecta al estado tan fácilmente como a Facebook, eligiendo políticas, cuestionando a los políticos, colaborando con los vecinos.

"¿Podemos gobernar todos?", pregunta la película al comienzo. (Por supuesto que puede verse en la red).

La gente de este bando señala la ayuda que representa la tecnología informática para los movimientos de bases, desde Moldavia hasta Irán. Ponen como ejemplo a la India, donde los votantes ahora pueden acceder vía mensaje de texto a información sobre los antecedentes penales de candidatos parlamentarios, y a África, donde los celulares permiten controlar mejor las elecciones. Destacan la nueva facilidad para difundir conocimiento científico y académico confiable a un público amplio. Observan la manera en que Internet, al democratizar el acceso a datos y cifras, alienta a los políticos y ciudadanos por igual a basar sus decisiones en algo más que intuiciones.

Pero su visión de la democracia de Internet es parte de una evolución cultural más amplia hacia la expectativa de que seamos consultados sobre todo en todo momento. Cada vez más, los mejores artículos para leer son los que más se reenvían por e-mail, la música que vale la pena comprar es de cantantes que acabamos de convertir en estrellas con mensajes de texto, el próximo libro a leer es aquel que compró otra gente que compró el mismo libro que uno, y los medios que en un tiempo nos informaban ahora publican lo que sea que comentemos en Tweeter.

En esta nueva era, nuestro consentimiento es recogido cada tantos minutos, no cada tantos años.

El otro bando ve menos color de rosa a Internet. Sus miembros tienden a ser entusiastas respecto de la red y la participación cívica, pero son escépticos respecto de que internet sea una panacea para la política. Lo que les preocupa es que la Web crea una ilusión falsamente tranquilizadora de igualdad, apertura y universalidad.

"Vivimos en una era de experimentación democrática, tanto en nuestras instituciones oficiales como en las muchas maneras informales en que se consulta al público", escribe James Fishkin, cientista político de Stanford, en su nuevo libro, When the People Speak ("Cuando la gente habla"). "Se pueden utilizar muchos métodos y tecnologías para dar voz a la voluntad del público. Pero algunos dan una imagen de la opinión pública como si fuera a través de un espejo ridículamente deformante".

Debido a que es tan fácil filtrar lo que uno lee online , lo que domina el debate son los puntos de vista extremos. Los moderados están subrepresentados, por lo cual los ciudadanos que quieren mejores servicios de salud parecen menos numerosos que los fanáticos del poker. La imagen de apertura e igualdad de Internet oculta las desigualdades en términos de raza, geografía y edad.

Las mentiras se difunden como un incendio descontrolado en la red. Eric Schmidt, CEO de Google, que no es ningún tecnófobo, alertó en octubre pasado que si morían las grandes marcas del periodismo en las que se confía, Internet se convertiría en un "pozo ciego" de mala información. Wikipedia piensa agregar una capa de edición -¿recuerdan la edición?- para artículos sobre gente viva.

Quizás lo más amenazante sea que la apertura de Internet permite a grupos bien organizados simular apoyo, "capturando y apareciendo falsamente como la voz del público", como escribió Fishkin en un intercambio de e-mails.

No hay manera de volver atrás el reloj. Ahora tenemos a la opinión pública presionando sobre la política más que nunca antes. La cuestión es cómo canalizarla y filtrarla para crear sociedades más libres y exitosas, porque poner simplemente cosas online no es cura de nada.

"En este momento, la conversación no es si Internet es más importante y se va a generalizar", dijo Clay Shirky, un teórico de Internet y autor de Here Comes Everybody: The Power of Organizing Without Organizations ("Aquí vienen todos: el poder de organizar sin organizaciones"). Y agregó en una entrevista telefónica: "Ahora que es tan importante, en realidad es demasiado importante como para no analizar las cuestiones constitucionales y de gobierno involucradas".

Se está a la búsqueda de la metáfora adecuada. ¿Cuál es el nuevo rol del gobierno? ¿Una plataforma? ¿Una máquina expendedora, en la que ponemos dinero para extraer servicios? ¿Un facilitador? ¿Y cuál es por cierto nuestro nuevo rol, el de "aquellos que hemos estado esperando"?

Traducción de Gabriel Zadunaisky

© The New York Times

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